Opinión
Ernesto Talvi era el ministro con mayor simpatía política del gabinete, elogiado por propios y ajenos por su actuación durante la pandemia y reconocido también en su gestión por el sector exportador.
Con el caso Greg Mortimer y las operaciones “Todos en Casa” el ministro puso a Uruguay en la tapa de medios internacionales y abonó esa costumbre tan latinoamericana de sentir que se toca el cielo con las manos cuando los elogios llegan desde el otro lado del Atlántico.
Sin embargo, al considerar que el cargo no era la mejor posición para sus intereses políticos, optó por dejarlo.
La noticia sorprendió a los propios legisladores de su sector, que aún no tienen claro si Talvi regresa al Senado o no, y por consiguiente si la Cámara Alta perderá a Carmen Sanguinetti, una de las más respetadas incorporaciones de la actual legislatura.
Pese a la sorpresa por el momento en que se anuncia la decisión no parece ser tan rupturista si se considera la trayectoria de Talvi en su vínculo laboral con el gobierno y particularmente con el presidente Luis Lacalle Pou.
La primera vez que el canciller puso su cargo en juego fue en enero de este año, antes de asumir. Durante la discusión por la candidatura de la coalición para la Intendencia de Montevideo y ante la posibilidad de que Guido Manini Ríos fuera el candidato, el líder colorado puso su nombre y su cargo arriba de la mesa de negociación.
Si bien la maniobra la permitió sacar a Manini Ríos de la contienda electoral, dejó al presidente con una interrogante sobre la integración del gabinete que había anunciado semanas atrás. Si Manini Ríos hubiera aceptado la candidatura de Talvi, el presidente se quedaba sin canciller antes de asumir.
A menos de tres semanas de iniciado el gobierno, el presidente Lacalle debió desmentir las declaraciones de su canciller para evitar un incidente con su par colombiano Iván Duque. Talvi había anunciado en conferencia de prensa que Colombia se había ofrecido el aeropuerto de Bogotá como “hub” para que los latinoamericanos que necesitan regresar a sus casas, en el marco de la crisis del COVID-19, pudieran hacerlo. Primero fue la cancillería colombiana la que negó esa versión y luego el presidente Lacalle: “queremos aclarar conjuntamente con el canciller que la iniciativa del presidente Iván Duque fue la de coordinar entre los distintos países la repatriación de los ciudadanos de latinoamericanos varados en distintos lugares. Jamás se pensó en Bogotá como centro hub de esta operación”.
Pero los desencuentros entre Talvi y Lacalle también se dieron con las designaciones a los cargos vinculados a cancillería. La primera fue la de Julio Luis Sanguinetti en la Comisión Administradora del Río Uruguay que fue bloqueada por el canciller, quien argumentó que no quería cargos políticos en el ámbito de la cartera. La segunda fue por la designación del embajador uruguayo en Argentina, en donde Talvi rechazó a Carlos Enciso, propuesto por el presidente en favor del ex canciller Sergio Abreu.
El último eslabón de la cadena, fue la definición que tomó Cancillería en torno al gobierno venezolano, el reconocimiento al gobierno de Maduro y la continuidad de los procesos de diálogo iniciados por el gobierno de Tabaré Vázquez, lo que contrasta con el gesto del presidente Lacalle que había definido no invitar a Nicolás Maduro a la ceremonia de asunción: “no estoy dispuesto a que en nuestra asunción esté el dictador Maduro”.